«Siempre que afloran los prejuicios étnicos o nacionales, en tiempos de escasez, cuando se desafía la autoestima o el vigor nacional, cuando sufrimos por nuestro insignificante papel y significado cósmico o cuando hierve el fanatismo a nuestro alrededor, los hábitos de pensamiento familiares de épocas antiguas toman el control. La llama de la vela parpadea. Tiembla su pequeña fuente de luz. Aumenta la oscuridad. Los demonios empiezan a agitarse».*
Las personas que algo me conocen saben que una de las cosas que más desprecio es la tendencia chovinista tan arraigada en la sociedad colombiana y que se utiliza desde todas las esquinas políticas, económicas y sociales para manipular la opinión apelando a la sensiblería irracional a falta de argumentaciones racionales convincentes.
Aún así, tal vez producto de la distancia (que no es mucha) es imposible no sentirme emocionado y profundamente esperanzado con los acontecimientos que han conducido a la firma de un acuerdo que en los próximos días determinará el inicio del fin del conflicto con las FARC.
A partir de la lectura de opiniones en medios de comunicación y redes sociales parto de la premisa de que esa esperanza en la llegada de mejores tiempos para Colombia es compartida por una gran cantidad de personas, pero veo con pesar que, como siempre, las expectativas están centradas en la capacidad del estado y de la guerrilla desmovilizada de cumplir lo acordado y en la fé en que los contradictores del proceso no apelen a la violencia para sabotearlo.
Y está bien, en parte. Pero estoy seguro que el fin de la violencia en Colombia tiene menos que ver con lo que pasa (o pasó) en la Habana o en la Casa de Nariño y mucho más que ver con los que pasa todos los días con cada uno de nosotros en su entorno inmediato.
Qué tan buenos (o malos) lleguen a ser los cambios acordados, o si se puedan aterrizar en la realidad nacional es algo que sólo el tiempo lo dirá, pero estoy seguro de que, aunque es un paso importante, no es la solución a la costumbre de matarnos por cualquier pendejada.
considero que tenemos la obligación de aprovechar esta coyuntura y asumir nuestra parte en ese cambio que tanto pedimos pero por el que muy poco hacemos.
Porque creo que la paz empieza en saludar al vecino, al portero, al chofer de la buseta, la paz está en las calles cuando respeto a los peatones y no les echo el carro, cuando no cierro al que viene detrás sin siquiera poner las direccionales, o cuando no le arreo la madreal que lo hace.
«Si alguien no está de acuerdo contigo, déjalo vivir. No encontrarás a nadie parecido en cien mil millones de galaxias».*
La paz está en el respeto del otro que no piensa como yo y en darle validez a sus ideas aunque no esté de acuerdo con ellas, la paz está en no creer que el que me contradice se convierte automáticamente en mi enemigo y en dejar de pensar que mi versión del mundo es la correcta y cualquier alternativa diferente está equivocada.
la paz está en un trabajo ético, en hacer todo de la mejor manera posible, en el respeto de lo público, en el castigo ejemplar de la corrupción y sobre todo en la educación de las generaciones que van a tener la responsabilidad de construir la Colombia con la que ahora es posible empezar a soñar.
Necesitamos formar generaciones de personas que castiguen penal y socialmente el robo y la corrupción, que el ser “avión” y aprovechar cualquier “papaya” no sea una capacidad digna de admirar, generaciones que no permitan que egomaniacos como Gustavo Petro o Enrique Peñalosa tengan en sus manos el futuro de nuestras ciudades, que psicópatas del tamaño de Álvaro Uribe o idiotas a secas como Andrés Pastrana puedan ser presidentes de la República, o que personas como Alejandro Ordóñez y Jorge Armando Otálora tengan a su cargo entidades del tamaño y responsabilidad social de la Procuraduría y la Defensoría del Pueblo. Generaciones que planteen el ejercicio de la política como un programa de orientación social basado en ideas y en programas serios producto de un trabajo juicioso y no en los traumas particulares del mesías de turno o de los intereses económicos de los mismos de siempre.
No es tan complicado, el ejemplo funciona, ya lo he comprobado. Un poco de disciplina, evitar la folclórica maña de saltarnos las normas mínimas de convivencia solo porque nadie nos ve o porque necesitamos el control -por medio del miedo al castigo- de una autoridad civil o divina.
Carl Sagan dijo alguna vez “Las viejas apelaciones a los chovinismos raciales, sexuales y religiosos y al fervor nacionalista ya no tienen fuerza, se está desarrollando una nueva conciencia que ve la Tierra como un simple organismo y reconoce que un organismo en guerra consigo mismo está condenado. somos un solo planeta”.
Tenemos la obligación de evolucionar, de salir de la comodidad a la que estamos acostumbrados y empezar a construir una nueva realidad.
Ganemos el derecho de llamarnos civilizados.
- Citas de Carl Sagan
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